Provinciales
Entre el conflicto doméstico y el verdadero desafío
Mientras el oficialismo intenta mantener el orden, las segundas líneas se sacan chispas y los ex que quieren volver ya desempolvaron los viejos discursos

En la política, como en la vida, no siempre el mayor peligro viene desde afuera. A veces, el enemigo está en casa. Las internas en la Renovación están que trinan. Y si bien es natural que en un espacio de poder convivan tensiones, el momento exige otra cosa. No es época de pases de factura, ni de lanzarse operaciones cruzadas por diferencias personales o de estilos. Es tiempo de estrategia, unidad y sobre todo, de claridad política.
La realidad es que el oficialismo en Misiones vive hoy una convivencia compleja: una mezcla de liderazgos, generaciones e intereses que en otros tiempos se ordenaban verticalmente, y que ahora chocan en un tablero más horizontal, más competitivo. Las diferencias que antes se resolvían en un café o una reunión a puertas cerradas, hoy escalan a operaciones políticas, filtraciones maliciosas y chismes políticos con olor a pólvora.
Carlos Rovira sigue siendo el faro indiscutido del oficialismo misionero. No necesita estar todos los días en escena ni levantar la voz: su sola presencia ordena, define y decide. En la política misionera, todos miran hacia donde él señala, aunque algunos lo hagan con los dientes apretados. Su liderazgo es silencioso, pero contundente. No hay dudas de quién corta la cinta ni de quién aprueba el libreto antes de que se repartan los papeles.
Pero mientras el faro ilumina desde arriba, abajo hay tormenta. Las segundas y terceras líneas están sacando cuentas, mirando con el ceño fruncido y pasándose facturas como si fueran boletas de luz atrasadas. El resultado de las elecciones pasadas dejó heridas internas: algunos acusan, otros se defienden, y muchos se preguntan en voz baja quién perdió votos y quién sobreactuó protagonismo. En vez de construir para lo que viene, algunos siguen buscando culpables de lo que ya pasó. Y en ese caldo espeso, lo que se cocina no siempre es el futuro, sino las viejas rencillas mal digeridas.
Pero los renovadores —al menos los que saben leer el calendario— entienden que el partido recién comienza. Las elecciones legislativas nacionales están en el horizonte, y allí se juega una ficha clave: Oscar Herrera Ahuad, uno de los dirigentes con mejor imagen y peso electoral del espacio, quiere ganar esa elección. Y detrás, claro, se empieza a armar el tablero para el 2027. Ahí asoman dos nombres potables para el Ejecutivo provincial: el propio Herrera y Lucas Spinelli, que viene ganando músculo y terreno con un perfil más técnico, menos confrontativo, pero con ambición de gestión. En conclusión, una buena fórmula. El orden de los factores aquí no alteraría el resultado: triunfo.
Sin embargo, mientras los dardos vuelan dentro del oficialismo y los tironeos por espacios de poder ocupan la agenda interna, el verdadero adversario avanza sin pausa: la economía nacional. Porque si algo está golpeando de lleno al humor social y desarmando la base productiva de Misiones, no son las internas de comité, sino el ajuste feroz que baja desde Buenos Aires como un vendaval sin freno. Es cierto, la inflación empieza a ceder, pero la caída del consumo, el parate de las economías regionales y la pérdida del poder adquisitivo son cada vez más destructivos.
Y por si fuera poco, hoy miles de misioneros cruzan a Paraguay o Brasil no por costumbre ni por paseo, sino porque allá la misma plata compra más. No es devoción por las filas de tres horas ni por cargar bolsas bajo el sol: es pura supervivencia económica. Esa es la tormenta real, la que debería encender las alarmas. Porque si el barco se hunde, de nada servirá haber peleado por la mejor vista desde la cubierta.
No es momento de medir egos. Es momento de cuidar la marca, ordenar la tropa y recordar que el enemigo más letal no siempre grita ni twittea: a veces, simplemente te seca el bolsillo y te borra del mapa.
Volver al futuro… versión reciclada
Por otro lado, los exrenovadores Maurice Closs y Joaquín Losada —exgobernador y exintendente, respectivamente— parecen haber dejado el archivo en “modo nostalgia” y se reúnen cada vez con más frecuencia. No solo comparten cafés: también ideas, contactos y un mismo deseo no tan secreto de volver a la cancha con protagonismo. Incluso se animan a pensar en una vuelta a la Unión Cívica Radical, algo que, por sus apellidos, no sonaría tan descabellado. Total, hoy en política darse vuelta no escandaliza a nadie. Al contrario: en algunos sectores ya es una disciplina olímpica.
Los pasillos del poder, siempre atentos al chisme de calidad, murmuran encuentros y charlas entre Closs, Losada, Arjol y Pianesi. Cuatro apellidos con ADN radical, cuatro trayectorias distintas, pero una coincidencia clara: el rencor hacia el rovirismo. Unos lo pintan de debate ideológico, otros le ponen moño de democracia renovadora. Pero lo cierto es que no los une un proyecto: los une un resentimiento común. Y con suficiente rencor compartido, hasta una coalición puede nacer.
Lo curioso de esta escena política es que todos se dicen herederos de algo, pero pocos parecen dispuestos a construir algo nuevo. Se obsesionan con los lugares, los apellidos, los pases de factura, y olvidan que lo único que no se negocia es el tiempo: la gente ya no espera eternamente. La política, cuando se convierte en ajuste de cuentas, pierde su sentido. Asimismo hay que decir que los rencores pueden armar listas, pero los proyectos de verdad son los que sostienen gobiernos.
Y en Misiones, donde la historia política siempre tuvo su propio ritmo, tal vez sea hora de aflojar con las internas y empezar a mirar hacia afuera. Porque si no lo hacen, la provincia no va a perder por culpa del adversario... va a perder por abandono de sus propios jugadores. Y en ese juego, no hay segunda vuelta.