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La fratricida grieta

Fernando Oz (Puente Aéreo)

Por Fernando Oz (Puente Aéreo)

Las encuestas de opinión pública marcan el camino que hay que seguir. Se las puede encontrar en varios tamaños y colores, con gráficos más o menos simples, con preguntas abiertas, cerradas o combinadas. Hay algunas que vienen acompañadas de detallados análisis y otras vienen a pelo, sin más que simples barras de fríos porcentajes. Las técnicas de recolección de datos no son muchas, pueden ser presenciales en campo, a través del sistema IVR, otros programas menos avanzados, o un menjunje de todas. Los tamaños de las muestras varían según el precio. Y el margen de error no suele superar, más o menos, el tres por ciento.


El cuento es que hay encuestas en todas partes, para todos los gustos y nunca fueron tan fáciles de conseguir. Son como un anzuelo para el electorado desprevenido que las consume en los medios de comunicación tradicionales o en las redes sociales. Fulano se encuentra primero, Mengano en segundo lugar y Zultano se queda sin postre. Con aquello ya es suficiente. El profundo análisis del que aplica algún método científico queda para quien esté realmente interesado en el asunto y para quien lo pueda pagar. El enlatado para el popularis.


Pareciera ser que lo que se busca es instalar tal o cual escenario electoral, una vez logrado el objetivo el resto viene por añadidura, la masa seguirá casi por intuición –así de mágicas son las cosas– a quien mejor se haya logrado instalar en el subconsciente colectivo. Después habrá tiempo para que los analistas de opinión pública hablen de sus márgenes de error, las variables coyunturales, y la influencia de los ornitorrincos en épocas de apareamiento.


Hoy todas las encuestas y todos los opinólogos de turno nos señalan que los candidatos presidenciales mejor posicionados para las próximas elecciones son Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner, el resto forman parte de un pelotón que vienen a una distancia considerable y sin posibilidades alcanzar a los dos punteros. Algunos dirán que el Presidente aventaja por dos o tres palmos a la expresidenta, otros que es justamente lo contrario, pero que al fin de cuenta las cosas caminan por aquella línea.


Una vez más nos arrastran a la misma polarización. Por alguna extraña razón, la historia política de los argentinos siempre estuvo marcada por antagonismos. Los realistas o los patriotas, los unitarios o los federales, los conservadores o los radicales, los peronistas o los antiperonistas, los azules o los colorados, los radicales o lo peronistas, los de derecha o los de izquierda, los de River o los de Boca, éstos o aquellos, ellos o nosotros. La Argentina del cincuenta por ciento.


***


¿A quién le conviene la polarización entre el aglomerado Cambiemos y el kirchnerismo? ¿Aquel juego le servirá a la sociedad? ¿Qué dirán los mercados? Lo que sí está claro es que todos los actores sociales saben quién es quien y a qué modelo representan.


Pese a las promesas de campaña, el aglomerado Cambiemos no quiso cerrar la grieta. También hay que decir que para el kirchnerismo, la confrontación siempre fue una herramienta útil para impulsar cualquier medida política. Es la clase de antagonismos que vienen frenando el desarrollo del país desde hace casi un siglo.


Tanto Macri como CFK están situados en las antípodas, no sólo por sus ideas sino por sus pasiones. A pesar de aquello, pareciera ser que ninguno de los dos puede ejercer su rol político sin la existencia del otro. Cuando el comunismo implosiona en la vieja Unión Soviética, el sistema político y de defensa de los Estados Unidos se movió con rapidez para buscar un enemigo que lo ayude a subsistir.


Todo indica que frente a las más variables geometrías, se ha recompuesto el eje derecha–izquierda. La polarización ha regresado una vez más y los que buscan un país de “centro” se encuentran huérfanos de candidato. ¿No hay quién pueda aportar algo superador a los nostálgicos de la grieta?


Con lenguaje descalificador como signo de nuestro tiempo, el macrismo y el kirchnerismo se trepan al ring. Sucede que la lógica de la confrontación permanente busca mantener en movimiento a un sistema que está en decadencia y pareciera ser que la única manera de sostenerlo en el tiempo es cautivando a la audiencia (electorado), como si se tratara de una serie de Netflix.


Parece que nadie se da cuenta que la división fratricida que significa la grieta, no hace más que sembrar un clima propicio para la violencia política. Los gurús de los carrillos informales del Gobierno generan un antiperonismo que no se observa desde el 55.


Entusiasmados con los guiños de Donald Trump y las encuestas que dan a Jair Bolsonaro como virtual ganador de las elecciones en Brasil, la ignorante derecha macrista apunta sus cañones mediáticos contra el populismo. Lo que evidentemente nadie les dijo es que el populismo no es un patrimonio sólo la izquierda; para introducirse en el tema les sugeriría leer La Razón populista, de Ernesto Laclau, y El poder y contrapoder de la era global, una fabulosa obra del sociólogo alemán Ulrich Beck en donde explica las características del populismo de la derecha.


Frente al hiperendeudamiento y ante la falta de una política social adecuada, el kirchnerismo propone los fantasiosos argumentos del peronismo de izquierda y aquello del shock distributivo. No olvidemos que el aglomerado Cambiemos también tiene un componente del peronismo, pero el de derecha.


Hasta el momento, Macri viene llevando estoicamente el desafío institucional que implica un ejercicio diario de una resistencia que exige, a la vez, transigencia y posibilismo. Pero aquellos dos conceptos inherentes al Estado moderno, no son suficientes. Sucede que el gobierno de Cambiemos se ha propuesto resistir como reacción a la incertidumbre que sobrevuela la política nacional. Mientras tanto, en el Congreso se respira un clima de clamor de elecciones anticipadas.


***


En nuestra montaña rusa de antagonismos, hemos pasado de la fantasía del distribucionismo instantáneo a la lógica del capitalismo de casino. Si la polarización se concreta y nuevamente el electorado queda sometido a tener que optar por alguno de los dos modelos, suficientemente conocidos, deberíamos saber que estaríamos a pasos de un nuevo salto al vacío.


¿No será momento de mirar hacia las democracias más evolucionadas, salir de la mentalidad del bipartidismo, y trabajar para la construcción de un país económicamente competitivo y socialmente equitativo?


La argentina del centro, potencialmente mayoritaria, siempre termina siendo rehén del fuego cruzado entre la derecha y la inconclusa izquierda. Aquel electorado, inmerso en el continuo desencanto, termina frente a una suerte de confusión sentimental que oscila entre votar a la opción menos mala o en contra al que se quiera castigar. Por eso de la inteligencia de la maquinaria electoral moderna para saber administrar los sentimientos que generan las pasiones.


Con sus idas y vueltas ideológicas, sus transformaciones discursivas y depuraciones orgánicas, la Renovación viene dando muestras de un mix de seriedad administrativa y cierta dosis de concesiones populistas. Pero aquel partido político, a lo que algunos comienzan a poner bajo el mote genérico de Misionerismo, no logra cruzar sus propias fronteras geográficas, no consigue plasmarse como una corriente de pensamiento que abone el campo de las ideas.


Justamente el país necesita de un nuevo esquema de liderazgos modernos y revolucionarios en el campo de las ideas. Una renovada corriente de pensamiento que nos instale en la vanguardia del mundo. Las democracias modernas no son de izquierda ni de derecha.


Esta semana, posiblemente sin proponérselo, la inflamable diputada Elisa Carrió dejó en evidencia algo que los observadores de los tribunales de Comodoro Py vienen sabiendo desde hace tiempo: tanto al macrismo como al kirchnerismo no sólo les gusta administrar pasiones y compartir el mismo ring, también los une la complacencia frente a la corrupción.

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