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Información General

El modelo de simulación política

Fernando Oz

Por Fernando Oz

Algunos sectores del aglomerado Cambiemos y de la Renovación agitan la detonación del puente de buenas relaciones diplomáticas que se construyó entre los gobiernos de Mauricio Macri y Hugo Passalacqua. Las rencillas internas dentro del territorio buscan instalar en la Tierra Sin Mal una zona liberada para el desarrollo una destructiva campaña electoral que, a la larga, perjudicaría tanto al Gobierno nacional como al provincial.


Los nostálgicos de la renovación kirchnerista creen que es momento de levantar viejas banderas, tomar distancia del oficialismo, y quebrar con el pacto de gobernabilidad. Observan un escenario fértil para posicionarse en vistas a las próximas elecciones. Algunos para volver al ruedo, otros para salir del ostracismo. Son los mismos que tildan a le conducteur Carlos Rovira de traidor, lo hacen mientras reparten vales de combustible en el bar del Hotel Urbano para “reunir a la compañerada”.


En el campamento del aglomerado hay oportunistas que buscan dejar al senador Humberto Schiavoni afuera de cualquier carrera electoral. Los confabuladores ni siquiera se privan de enviar WhatsApp manifestando esas intenciones. Son los mismos que quisieran tener una artillería de argumentos para deteriorar la imagen de la gestión de Passalacqua y destronar a los renovadores en las próximas elecciones. Ninguna de aquellas intenciones, por lo menos hasta el momento, serían del agrado de un Gobierno que busca desesperadamente pasar las fiestas en paz.


Los saboteadores del aglomerado local –mayoritariamente radicales– brindaron cuando Oscar Thomas fue detenido. Después del brindis fueron tras las hachas. La misma reacción tuvieron algunos renovadores K cuando el exdirector de Yacyretá mencionó en la Justicia a su antecesor y sucesor en la entidad binacional: Humberto Schiavoni. Thomas completó su contraofensiva al apuntar a Javier Sánchez Caballero, ex CEO de Iecsa, la empresa que conducía el primo presidencial Ángelo Calcaterra.


Difícilmente las relaciones carnales se quiebren por los intereses territoriales de los saboteadores de las dos bandas. Macri sabe que Passalacqua hace un enorme esfuerzo para sostener la gobernabilidad de un gobierno que está en caída libre. Se necesitan mutuamente.

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La detención de Thomas tiene algunas zonas grises. La ministra de Seguridad, Patricia Bulrrich, no habría podido demostrar en la Justicia que recibió un mensaje en su celular donde se alertaba la posible ubicación del entonces único prófugo de la causa de los cuadernos Gloria. Solo existió el llamado de una vecina. La policía Federal tardó tres días en ingresar al departamento en el que se encontraba el exdirector de Yacyretá.


Ahora resulta que durante sus días de clandestinidad, Thomas habría utilizado un celular cuya numeración terminaba en 408. Por alguna extraña razón, el aparato no aparece. ¿Existirán escuchas sobre aquella línea? Algo no habría salido bien. El arquitecto estuvo en las narices de los investigadores y su declaración no fue la que le hubiese gustado oír al juez Claudio Bonadio y al fiscal Carlos Stornelli.


Es increíble la ingenuidad con que se trata el vodevil que dirigen Bonadio y Stornelli. Lo más interesante, la peripecia real, es la anticipación del relato mediático sobre la realidad. Una especie de eyaculación precoz que equivale a una castración del tiempo, a una ruptura en el ritmo del acontecimiento, que siempre supone una conjunción imprevisible y un momento de incertidumbre. Todo es como una mala película, desde la rutinaria puesta en escena hasta el pseudo-acontecimiento.


Como parte de una programación discursiva, Bonadío es parte de la forma. Es preciso que la forma obedezca únicamente a los contenidos previos, de la misma manera que es preciso que el acontecimiento real sólo sea el eco de un relato previsto. La misma disuasión, la misma contracepción, la misma decepción.

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Al igual que lo hizo el kirchnerismo en su momento, el gobierno del aglomerado Cambiemos falsea la escena política. Lejos de dejar de emitir deuda, recuperar la delgada credibilidad del electorado, y de encontrar la brújula, su única táctica es la del discurso de crisis. Así, de algún modo, regula el simulacro de un modelo de simulación política.


La impotencia política del radicalismo sostiene al PRO. Si no fuese por ellos, los entusiastas infladores de globos amarillos ya hubiesen abandonado la Casa Rosada. Posiblemente, sea aquella obsesión negativa que tiene del poder lo que le da al radicalismo su fuerza de inercia. Aunque lo que realmente los estimule a seguir en el Gobierno no sea otra cosa más que la vergüenza a un nuevo fracaso.


Obnubilados por los medios, han perdido de vista todos los fines. Por alguna razón, los amigos correligionarios se encuentran atascados en una burocracia mental que los hace ineptos para tomar o conservar el poder. Es posible que los radicales nunca hayan sentido realmente el gusto por el poder. Les sienta bien el sabor por el control burocrático, lo que es absolutamente diferente al ejercicio político del poder. ¿De dónde viene esta impotencia? ¿De dónde viene esta castración? ¿Por qué sortilegio fracasan siempre, tan próximos al objetivo? ¿Por qué fracasan irresistiblemente a un palmo del poder? ¿Por qué frenan desesperadamente a la vista del abismo del poder?


Para sostener el modelo de simulación política que ejerce el PRO, no sólo es necesario el radicalismo. El partido del Presidente, también necesita de aquel ogro al que combatió: el peronismo.


El peronismo aprendió a chapotear en las inestables aguas del poder. El radicalismo sufre abnegadamente esa imposibilidad de una posición determinada de poder. El PRO carece de voluntad política, simplemente porque la aborrece y la denigra; su linaje siempre pactó con la política con el objetivo de apropiarse del poder sin la necesidad de acudir a la política.


Entre la impotencia del radicalismo para administrar la cosa pública y la ética salvaje del peronismo, el PRO arrebata su tajada frente a un desabrido y atontado electorado. La grieta seguirá siendo la mayor apuesta del oficialismo, por eso los estrategas de Cambiemos aplauden en secreto la postura del senador Miguel Ángel Pichetto de no sacarle los fueros a Cristina Fernández de Kirchner hasta que no tenga una sentencia firme.

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Frente a la crisis de credibilidad –que no afecta sólo al aglomerado Cambiemos–, la simulación política del PRO podría perder el control. Ya le ocurrió a Macri cuando gobernaba la ciudad de Buenos Aires y se vio obligado a pactar una convivencia pacífica con el kirchnerismo, algo que muchos prefieren no recordar.


El sistema de disenso simulado entre un sector del peronismo y el PRO no es más que un truco para divertir a las multitudes. La realidad es demasiado cruda, su sabor es amargo. En el caso de que suceda, la prisión de CFK tendrá un efecto testimonial. Bonadio es parte de la forma de un relato del modelo de simulación política.


Las dosis homeopáticas de optimismo que aplica Macri para frenar el malón serán insuficientes en poco tiempo. El peronismo lo huele, son unos profesionales de la toma del poder, del ejercicio del poder y la gestión política.


Pero ojo, la política está en liquidación y todos los partidos pagarán las consecuencias. La pobreza, el fantasma del que se vayan todos, y la siempre latente posibilidad de una tercera vía que termine de partir la dualidad del establishment, aterran a la clase política.


El proceso de simulación política que gobierna el país podría terminar en una implosión. El desconcierto es tal que todas las hipótesis son simultáneamente posibles.

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